miércoles, 14 de diciembre de 2016

El Confesionario siglo XIX
32X23
oleo sobre madera
Colección Cantú Y de Teresa

El siglo XIX no solo fue el replanteamiento para el arte pictórico y escultórico, envuelve también los primeros grandes enfrentamientos
De los dogmas religiosos , de las costumbre de época y pro supuesto
Fue el crisol de el cambio de nuevos territorios, America no fue la excepción , en cuanto la nueva estítica de época se sentía fiel descendiente de las costumbre Europeas, España que desde la gran división  generada por Lutero se  aferro de su  mas grande colonia “America” y dentro de este crisol que dio pie a la formación de nuevos países emparentados por las costumbre prehispánicas pero con una identidad emparentada de nuevo por el idioma de Castilla.
La obra que a continuación presentamos es muestra de esa tradición de costumbre vestuarios y trazos surgidos de nuestras costumbres heredadas.

Esta obra como muchas en nuestra creciente colección de Arte Cantú Y de Teresa llegan en el momento en el que nos detenemos a visualizar una nueva adquisición, quizá este cuadro es un nuevo camino en el retrato o mas allegado a el de una pintura costumbrista o simplemente es la traducción del impulso a poseer otro nuevo tema en que el trazo expresa la maestría de un gran pintor, sin mas una nueva obra dentro de la Colección de Arte Cantú Y de Teresa.

Adolfo Cantú



En Arte, se habla de una obra u obras académicas cuando en estas se observan unas normas consideradas «clásicas» establecidas, generalmente, por una Academia de Artes. Las obras académicas suelen hacer gala de una gran calidad técnica. El antiacademicismo suele ser, en cambio, signo de rebeldía y de renovación.
El academicismo es una corriente artística que se desarrolla principalmente en Francia a lo largo del siglo XIX, y que responde a las instrucciones de la Academia de Bellas Artes de París y al gusto medio burgués, como herencia del Clasicismo. El academicismo huye, asimismo, del realismo naturalista, esto es, de los aspectos más desagradables de la realidad.
Se utilizan los mismos patrones repetidamente, ya que no se busca una belleza ideal partiendo de las bellezas reales, como es propio del Clasicismo, que resulta ser un Idealismo con base en la realidad por su suma de experiencia. El Academicismo basa su estética en cánones establecidos y en la didáctica de estos.


La pintura de historia se consideró tradicionalmente como el género más importante. Esta preeminencia se explica dentro de un concepto determinado del arte en general: no se valora tanto que el arte imite a la vida, sino que propone ejemplos nobles y verosímiles. No se narra lo que los hombres hacen sino lo que pueden llegar a hacer. Por ello se defiende la superioridad de aquellas obras artísticas en las que lo narrado se considera elevado o noble.
Ya el renacentista Alberti, en su obra De pictura, Libro II, señaló que «la relevancia de un cuadro no se mide por su tamaño, sino por lo que cuenta, por su historia».2 La idea proviene de la Grecia clásica, en la que se valoraba más la tragedia, esto es, la representación de una acción noble ejecutada por dioses o héroes, que la comedia, que se entendía como las acciones cotidianas de personas vulgares. En este sentido, Aristóteles, en su Poética, acaba dando prevalencia a la ficción poética, pues narra lo que podría suceder, lo que es posible, verosímil o necesario, más que lo realmente sucedido, que sería el campo del historiador. Ahora bien, teniendo presente que no se trata de que esa ficción sea pura invención o fantasía sino que el mito es fabulación, estilización o idealización a partir de ejemplos humanos posibles históricamente. Cuando Aristóteles valora por encima de todo a la tragedia es porque, de entre todas las acciones humanas posibles, las que imita son las mejores y más nobles.
Es por ello que, cuando en 1667 André Félibien (historiógrafo, arquitecto y teórico del clasicismo francés) jerarquiza los géneros pictóricos, reserva el primer lugar a la pintura de historia, a la que considera el grand genre. Durante los siglos XVII al XIX, este género fue la piedra de toque de todo pintor, en el que debía esforzarse por destacar, y que le valía el reconocimiento a través de premios (como el Premio de Roma), el favor del gran público e incluso el ingreso en las academias de pintura. Además de lo elevado del mensaje que transmitían, existían razones técnicas. En efecto, este tipo de cuadro exigía al artista un gran dominio de otros géneros como el retrato o el paisaje, y debía tener cierta cultura, con conocimientos en particular de literatura e historia.

Ciertamente, esta posición comenzó a decaer desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, en provecho de otro géneros como el retrato, las escenas de género y el paisaje. Poco a poco se empezó a valorar más la representación de lo que el arte clásico consideraba «comedia»: lo cotidiano, las historias menores de gente vulgar. No por casualidad, las representaciones que hizo Hogarth de sus contemporáneos fueron llamadas por este comic history painting («pintura de historia cómica»).

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